jueves, 21 de noviembre de 2013

Pasaban días, meses... Incluso años.

Como siempre... Ganas infinitas de escribir, pero no tener ni la más mínima idea de qué exactamente.
No sé si quiero hablar de mi vida, de la vida en general. No sé si quier contar una historia, una historia que sí pasó, o que jamás ocurrió. Sólo sé que éste es mi medio para desahogarme, y de una manera u otra, necesito hacerlo.
No soy de ir aireando mis problemas, o mejor dicho, mis circunstancias personales a nadie. Mucho menos por aquí. Sé que me lee más gente de la que pienso, y sinceramente, mis cosas pertenecen a la más estricta intimidad y a los míos. De la única manera que podréis conocer ALGO de lo que me ocurre es si yo lo cuento. Pero, como siempre me decía un profesor... "puede ser verdad, puede ser mentira... no lo sé".
A medida que voy escribiendo, se me van ocurriendo mil temas de los que hablar. Pero hoy voy a contar una historia:
Renata era una chica tranquila, dulce e ilusa. Desde que conoció a Pedro se enamoró perdidamente de él. Existía una química especial entre ambos, pero tristemente, estaban destinados a no estar juntos. Pasaban días, meses... incluso años, pero sus vidas jamás se ponían de acuerdo.
Cada uno fue haciendo su vida en función de sus necesidades: trabajo, amistades, lugares, pareja...
Para Renata esa palabra era demasiado grande. No entendía cómo muchas personas de su entorno tenían pareja sólo para no sentirse solos. Solamente guiándose del cariño y la costumbre que había entre ambos.
"¿Y el amor?", decía ella.  "¿Dónde quedan esas pequeñas mariposillas que revolotean en el estómago? ¿O en qué lugar quedó ese momento de mirar a esa persona, y que de repente el mundo deje de existir?". Renata no comprendía.
Renata no quería eso para su vida. Ella deseaba tener a alguien, pero alguien de verdad. Alguien con quien ocurriera todo eso. Ese alguien existía, pero...
Por eso, ella dejó de creer. Pero no en el amor. Dejó de creer en la pareja. Sabía por experiencia que éste existía, pero también sabía que, a pesar de ser lo más bonito que le habría pasado jamás, también tenía claro que fue de lo más dañino.
Por eso, un día, sin saber cómo, ni cuándo, ni por qué, olvidó a Pedro. No porque se enamorara de otra persona. Simplemente, no lo sabe.
Ese mismo día también dejó de ser ilusa y crédula, y comenzó a vivir día a día. A enamorarse cada día, pero de la vida.
Pasó un tiempo, y conoció a Eduardo. Éste era un hombre de los pies a la cabeza, con las ideas en su sitio. Le gustaba... Vaya, si le gustaba. Pero no. No era el momento. Ni para él ni para ella.
Pasaban los días, los meses... incluso los años, pero todo seguía igual: algo más que amigos. Ambos estaban perdidamente enamorados el uno del otro, pero no. No era el momento.

 Se basaban en vivir el día a día. Y eran las personas más felices de la tierra.

Continuará...